Nacida en una familia de ingenieros donde la norma era la comprensión técnica del espacio, Gimeno conservó el gusto por la abstracción y añadió una dosis de diversión y libertad creativa. Sus obras, tanto visuales como escultóricas, exploran las posibilidades expresivas de la forma y la línea en relación con su contexto.

La artista parte de una utopía estética: la de despojar a las formas, vaciándolas de todo lo que no sea ellas mismas. Para ella, este marco conceptual no significa poner límites, sino todo lo contrario. El horizonte de una búsqueda infinita, que Gimeno asume como improbable, la anima a centralizar el proceso. Su investigación, pues, busca ver hablar a las propias líneas y formas, insistiendo en determinadas configuraciones espaciales. Por eso, su gama cromática se centra principalmente en las polaridades del blanco y el negro, que le permiten una mayor claridad en su propio lenguaje formal. Los lienzos se convierten en superficies sobre las que escribir textos, casi como en una operación caligráfica.

Sin embargo, la artista sabe que la forma nunca se despoja de su contexto, ya que siempre surge de un marco material. Por eso su obra hace evidente lo contingente, y le da protagonismo a la tela como material, a los textiles ya sus características propias. Gimeno cree que el buen arte es aquel donde la forma no constriñe el fluir de la vida, el movimiento de la materia. Y esto se evidencia en sus obras, donde contexto y texto se tocan y abren una zona de diálogo en una síntesis más orgánica.